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El atardecer en el Malecón.
Se encontraron en El Vedado. Cumplieron con el ritual de iniciación de los noviazgos citadinos: Coppelia-Yara-Malecón. La brisa marina, la luz milagrosa de las 6:00 p.m., cuando La Habana se transfigura y contemplamos la ciudad más bella del mundo. Y luego…
Es una verdad simple, rotunda como una pirámide egipcia:
en la capital cubana escasean los lugares donde hacer el amor. La imaginación fecunda de los enamorados ha improvisado templos a la pasión: parques, escaleras, montecillos de coníferas, oscuridades poliédricas. La literatura no escrita de esos furtivos encuentros amatorios debe de recoger historias dignas de una novela de terror.
Pero la imaginación aún no ha tomado el
poder, y
poder acostarse en una cama con sábanas blancas es el
non plus ultra del común de los amantes. Mas, ¿dónde? Créanme, no se trata sólo de un asunto de intercambio de fluidos.
Tristezas económicas
Hace un par de días una amiga me preguntó: ¿Has visto las caras de la gente en las guaguas, cuando regresan del trabajo? Sí, claro, he notado su cansancio, la máscara casi unánime de tristeza, las arrugas que revelan frustraciones… la vida es dura, ¿no?
Es difícil mostrar una expresión cumpleañera cuando se ha trabajado ocho o más horas. Luego el regreso a la casa, preparar la comida, atender a la familia, los quehaceres, la cotidiana rutina. Claro, también hay razones hogareñas para la felicidad.
Y yo me pregunto, además, ¿cómo esta gente obstinada —”fundía”, como decimos en el argot juvenil— puede ser eficiente, productiva, entusiasta, entregada y todos los demás calificativos que abundan en los llamados de sindicatos y demás organizaciones políticas y de masas de nuestra sociedad socialista?
Los economistas, sean de carrera o autodidactas, mencionan con frecuencia el tema del salario. Otros apuntan a la propiedad sobre los medios de producción, la relación directa entre los ingresos del trabajador y las ganancias de la empresa. En fin.
Me parece que todos yerran el tiro.
El problema no es ganar más o menos, o tener mayor o menor sentido de pertenencia hacia el martillo, la computadora, el aire acondicionado o el auto. La cuestión es sencilla, está delante de nuestras narices, pero no la vemos.
Imagínense qué sucedería si toda esta gente que regresa del trabajo, estas personas que el viernes en la tarde se sientan en el Malecón a romancear con el colega de oficina, a flirtear con cubana gracia, tuvieran un lugarcito para expresar libremente sus deseos sexuales. Y no estoy pensando en un hotel cinco estrellas, con canales extranjeros, jacuzzi u otro invento imperialista. Veamos un ejemplo sencillo:
Una instalación de unas diez habitaciones climatizadas con equipos ahorradores, un bañito, un colchoncito y un espejito (por si las fantasías). Además, un snack bar con bebidas nacionales y al lado un mini-cabaret. Esta es la mejor parte. El show estaría conformado por estrellas locales, artistas de nuestras casas de cultura, preparadas por nuestros instructores de arte. ¿Qué tal?
¿Cuánto circulante podría recogerse de este modo? ¿Cuánta promoción de salud, incluso, podría hacerse en estas posadas de nuevo tipo? ¿Cuánto contribuirían estas actividades a la cultura local y, en general, a la deseada masificación de la cultura?
Pero lo realmente importante es el impacto en el espíritu de nuestros obreros, técnicos y profesionales. Después de una jornada de ocho horas, de vez en vez darse una escapadita con esa compañera o ese compañero (o con ambos) a quien(es) hemos dedicado miradas y frasecitas comprometedoras… ¡Qué alegría!
Puedo ver las caras de la gente en el ómnibus… Sonrisas pícaras, ojos brillantes por el deseo y la satisfacción. Entonces ya serán innecesarias las arengas por la eficiencia, la puntualidad, el esfuerzo colectivo. Auguro que la productividad se incrementará en un 300 %, y esto sólo en los primeros días.
Demografías imposibles
La población cubana ha descendido en los últimos dos años. Aunque el número de nacimientos creció ligeramente en los últimos dos semestres, los especialistas no se atreven aún a pronosticar un repunte sostenido de la natalidad.
En un par de décadas seremos decenas de miles de personas menos en esta isla.
¿Cuál es la solución? Esa es una de las preguntas que, seguramente, más se repite en los últimos meses en los pasillos y oficinas del gobierno.
Analicemos algunas posibles salidas:
- Construir más casas: El país tiene un déficit de 500.000 viviendas. A un ritmo de menos de 50.000 al año, y bajo la perenne amenaza de los ciclones, es poco probable que este problema se resuelva en el futuro cercano.
- Estimular a las madres por cada hijo: Con la crisis financiera el Estado se ha quedado sin dinero constante y sonante. Poner a circular más pesos sería contraproducente. Además, con los actuales precios, los primeros meses de un bebé son casi tan costosos como los repuestos de un caza F-16.
- Revolucionar las relaciones de género: O sea, que los hombres no ayuden en la casa a las madres, sino que trabajen junto a ellas, que se ocupen de todas las tareas hogareñas a la par de sus compañeras. Poco probable, pues el machismo en estas tierras es tan viejo como el grito de Rodrigo de Triana.
Entonces, ¿qué hacer?
Nuevamente la clave está frente a nuestros ojos, miopes de tantas dificultades.
¿Cómo la gente va tener deseos de reproducirse, me pregunto, si no tiene dónde?
Si en vez de dar vueltas por el Malecón o calentar los motores en un parque, sin poder despegar hacia los cielos del deseo, los jóvenes tuvieran un lugar tranquilo, a precios módicos, donde poder realizar sus fantasías sexuales…
Si además, en vez de esas aburridas revistas en papel gaceta hubiera un suministro discreto de
revistas calentitas, con videos y demás artilugios de los
sex shops capitalistas —en la promoción del placer, debemos reconocerlo, el capitalismo es superior al socialismo—, ¿qué sucedería?
Es una cuestión de estadísticas. Los matemáticos no me dejarán mentir. Si, por ejemplo, cada 1.000 relaciones sexuales, 20 terminan en embarazos deseados, entonces cuando se produzcan 2.000, habrá 40 embarazos.
En fin…
lo que necesita nuestro pueblo es tener más sitios donde manifestar su amor, medios más eficaces para fomentar su fantasía, demostrar al prójimo su ternura, intercambiar sus pasionales fluidos. Como diría un caro amigo, que no se leyó a Freud pero lo entendió de la A hasta la Z, lo que quiere todo el mundo es eso. ¿Eso? Sí, eso mismo.
FUENTE:
http://www.bloggerscuba.com/